“Simón, hijo de Jonás, ¿me amas?” – Juan 21:17
Pedro había caído. Y no en algo menor. Había negado al Maestro. No una, ni dos, sino tres veces. Negarlo con palabras, con miedo, con juramentos. Negarlo con todo el peso de quien olvida, en un instante, todo lo que había prometido. El gallo cantó. Y con él, la culpa se clavó en el alma del discípulo.
¿Te ha pasado? Saber lo que es correcto y aún así fallar. Sentir que tu historia con Dios terminó, que tu error fue más grande que su llamado. La restauración no comienza con el perdón de otros, sino con ese vacío que se forma dentro cuando sentimos que no podemos perdonarnos a nosotros mismos.
Pedro lo vivió. Y después de la crucifixión, no volvió al templo, no volvió al monte… volvió al mar. Volvió a lo que conocía antes de Jesús. A la barca, a las redes. No porque quería pescar. Sino porque ya no sabía cómo vivir con el peso de haberlo negado.
Y entonces, en la orilla, Jesús resucitado aparece. Pero no con truenos, no con fuego. Aparece con algo tan simple como una fogata encendida y pan sobre brasas. Aparece como solo Él sabe hacerlo: sin exigir explicaciones, solo ofreciendo presencia.
No lo regaña. No le reclama. Lo invita a comer. Y luego, sin levantar la voz, pregunta tres veces lo que Pedro había negado tres veces:
“¿Me amas?”
No era una trampa. Era una sanación. Con cada pregunta, Jesús no solo confronta, también levanta. Cada “sí” de Pedro reemplaza un “no” lleno de miedo. Cada respuesta devuelve el alma a su sitio. Jesús no está interesado en recordarle el fracaso, sino en restaurar el vínculo roto con ternura y propósito.
Pedro había dicho antes que moriría por Él. Jesús no le pide eso ahora. Solo le pide amor. Y le devuelve el llamado: “Apacienta mis ovejas”..
“Jesús no reconstruye lo que fuimos. Nos llama a ser algo nuevo sobre las ruinas.”
El que negó, ahora será pastor. El que huyó, ahora guiará. El caído será roca. No porque Pedro se redimió a sí mismo, sino porque el amor de Cristo fue más profundo que su peor momento.
“Jesús no reconstruye lo que fuimos. Nos llama a ser algo nuevo sobre las ruinas.”
Quizás tú también tienes cicatrices. Palabras que dijiste. Decisiones que tomaste. Caminos que te alejaron. Y piensas que ya no hay vuelta atrás.
Pero Cristo no está en el pasado. Está en la orilla. Esperando con fuego nuevo. Preparando pan. Preguntándote suavemente, sin juicio: “¿Me amas?”
Esa es la pregunta que restaura. Porque el amor vuelve a ordenar lo que el miedo había destrozado. Y su amor no se limita a cubrir tu error. Lo transforma. Lo hace parte del llamado.
Pedro no fue el mismo después de esa mañana. Ya no necesitaba prometer lealtad, ni demostrar su valor. Solo necesitaba amar. Y desde ese amor, volver a caminar, a guiar, a hablar… sabiendo que todo comenzó de nuevo en esa orilla.
No importa qué tan lejos hayas ido. No importa cuántas veces hayas fallado. Si estás dispuesto a responder desde el corazón, Jesús puede restaurarte. No para devolverte a lo que eras, sino para hacerte parte de lo que viene.